En defensa de las soluciones imperfectas.
Homenaje a Isaiah Berlín.
Por: Juan Felipe Díez Castaño.
Un antiguo
filósofo griego, declaró que la virtud era “el
justo punto medio entre el exceso y el defecto”[1]. La frase anterior es una
suerte de antítesis de las ideas totalizantes de justicia que pretenden plantear
lo que debe ser el modelo de vida “correcto” para la sociedad.
Frente
al asunto anterior, tenemos en la actualidad a los neoliberales, quienes toman elección
por una libertad entendida en su mayor grado de paroxismo. Una libertad sin
intervención del Estado, donde la educación, la salud, la seguridad social se comprenden
como servicios privados a los que se puede acceder solo si se tiene con que
pagar. Limitar la libertad de quienes tienen grandes rentas, a través de
impuestos, para financiar programas sociales, sostienen, allana el camino
de servidumbre, como lo diría claramente uno de sus ideólogos: Friedrich Von
Hayek, en un famoso texto que lleva este nombre. En este pensamiento, existe
una soterrada posición utópica. Basta con ver a los defensores del
neoliberalismo hablar de cifras de reducción de la pobreza, de aumento de
inversión extranjera, de índices de libertad económica, de desarrollo y
progreso en los países que han adoptado las fórmulas de la ortodoxa escuela
austriaca de economía cuyo padre fue Ludwig Von Mises. Sin embargo, no es
cierto que las fórmulas neoliberales hayan llevado a la humanidad a un paraíso
en la tierra: sus defensores omiten vergonzosamente el amplio progreso de la
desigualdad[2],
la creciente y cada vez más irrevertible destrucción del medio ambiente[3] por el consumismo
capitalista y la pauperización de las condiciones laborales de los trabajadores
-informalidad e inestabilidad laboral, desmantelamiento de garantías laborales,
salarios de miseria-.
Por
otro lado, los Marxistas Leninistas, se decantan por una “igualdad con esteroides”, donde se defiende bajo la lógica del
materialismo científico-dialéctico que, inexorablemente, por la lucha de clases
entre la burguesía -tesis- y el proletariado -antítesis-, llegará en algún
momento de la historia, reitero, invariablemente (pues el marxismo considera
haber descubierto unas “leyes” que guían irrefrenablemente el devenir histórico)
a la síntesis -el paraíso-: la sociedad
comunista, donde no habrá desigualdad, pues no existirán clases sociales. Sin
embargo, más de 70 años de práctica de las formulas de economía centralizada y
planificada, no lograron ninguna igualdad en la URRS -que terminó cayendo estrepitosamente
en medio de una profunda crisis económica interna-, ni en los países que siguieron
el experimento. Pero si que hubo hambrunas, campos de concentración (Gulags en
Rusia y UMAP en Cuba), totalitarismo y persecución política contra las libertades
individuales, y los consiguientes millones de muertos[4]. En resumen, tampoco se
logró la utopía.
En la antigüedad
-hace aproximadamente 200.000 años-, los hombres trasladaron el principio de imputación, que rige las conductas
humanas -dado x debe ser y-, al
comportamiento de la naturaleza. Eran los tiempos de nuestros antepasados
primitivos que creían que el mundo físico funcionaba igual que el mundo social:
Si me porto mal, recibiré un castigo de
mis congéneres de la tribu / Si no observo la religión, dios enviará un terremoto
para castigar la impiedad. La modernidad cambió esto. A partir del sapere aude de Kant -siglo XVIII o de
las luces-, los movimientos telúricos no son castigos de los dioses por
nuestros malos comportamientos, sino fenómenos de la naturaleza que tienen una
causa y un efecto. A esto último lo llamamos las leyes de la naturaleza que
funcionan, reitero, bajo el principio de causalidad -dado x es y-. Con esto el hombre logró un avance
inconmensurable, entender que en la naturaleza había verdades y falsedades. Comprendió
que el mundo no era un caos, sino un logos que estaba ordenado perfectamente
bajo ciertas reglas universales que podíamos conocer y aprovechar en nuestro beneficio
-leyes de la química, la física, el electromagnetismo-.
El poder
de determinar que es lo falso y verdadero, propio del pensamiento científico
aplicado a los fenómenos de la naturaleza, llenó de orgullo al hombre. Enceguecido
por la nueva posibilidad de ordenar el mundo
físico a través de la razón, creyó poder hacerlo también en el mundo social. En este sentido, pretendió
creer que en el mundo social al igual
que en el físico, podían existir verdades
y falsedades objetivas. Marx es ejemplo de esto: El devenir es una fuerza
que llevará a través del determinismo histórico y su dialéctica -una ley objetiva e incuestionable- a
enterrar, en algún momento, por una revolución, a la antítesis del proletariado
-la burguesía-. Luego de ello, como se dijo atrás, vendría el paraíso en la
tierra.
El
anterior modo de pensar también estuvo presente en el fascismo italiano y en el
nacional socialismo Alemán -ideologías de extrema derecha-, que pensaban que a
través de la exaltación del nacionalismo racial, el orden, y el sometimiento al
Estado, de todas las fuerzas y actores sociales, y la eliminación de la
divergencia -Un Estado total sin contradicciones para poder ser racional-, se
podría alcanzar “un Reich que durara mil
años”. Ninguna utopía hubo tampoco aquí, solo un baño deleznable de sangre[5], que tan solo duró 13
años.
Los deletéreos
ejemplos atrás esbozados, dan cuenta de una suerte de realidad trágica: Si en la antigüedad la especie humana sufrió
la barbarie por atribuir al mundo físico el principio de imputación -inquisición, cacerías de brujas y progromos, donde se atribuía a la naturaleza la condición de fuerza metafísica representada en una deidad que castigaba por las conductas impías al hombre-, en la
modernidad sufre por atribuir al mundo social el principio de causalidad. Lo
que quiero decir con ello, es que, al contrario de lo que pasa con la ciencia, en
materia moral no hay verdades y
falsedades en términos absolutos. Alguien que defiende la igualdad no está
equivocado, como alguien que defiende la libertad tampoco lo está. Simplemente
ambos, están defendiendo dos puntos de vista de su moral, pero en principio,
incompatibles entre sí desde sus extremos axiológicos. En suma, la libertad no
es verdadera y la igualdad falsa, o viceversa.
Si del
mundo social se pudiera predicar lo
verdadero y lo falso, como se puede predicar de las leyes o realidades que
rigen el mundo físico -v.gr. que la
tierra es esférica-, valdría entonces cualquier baño de sangre humano, el
de los fascistas y el de los comunistas, para lograr llegar a esa verdad que
nos traerá la utopía en la tierra. ¿Quién, en su sano juicio, no estaría
dispuesto a llegar al reino final del amor, al reino final de la verdad objetiva,
la única válida, así sea a través de un gran dolor?. Se trataría solamente de padecer
por un corto tiempo este gran sufrimiento, la eliminación sangrienta de quien
se opone a este reino, de tolerar especialmente el dolor ajeno, para ver el día
en que la humanidad nunca padecería más ninguna necesidad. Pero como se dijo, en
términos del mundo social el principio
de causalidad (que lleva a lo verdadero o falso) no tiene asidero. Ni el neoliberalismo
de hoy, ni el fascismo y el comunismo de antaño, pudieron demostrar sus pretendidas
verdades cuando llegó su momento. Más bien demostraron dolorosas realidades.
Adam
Smith, padre del liberalismo económico, sostuvo algo así como que no era por la
benevolencia del carnicero, ni el altruismo del panadero que cada noche podía
cenar en su mesa. Quería exaltar como, el egoísmo, el ánimo de lucro de cada
individuo, era el motor de la economía. Sin embargo, es sabido que él era un
solterón a tiempo completo, y que su madre todos los días, sin basarse en un
lucro o sentimiento egoísta, le preparaba la cena. En el sentimiento de su
progenitora no había individualismo, sino solidaridad. Esto muestra la amalgama
de valores que están presentes en la sociedad. Ni el individualismo es
correcto, ni la solidaridad incorrecta, son dos valores en colisión, inescapables
en nuestra humana existencia.
Es por
ello, que ante la imposibilidad de que el mundo
social y las diversas realidades morales que ocurren en él, sean objetivas
en términos absolutos, se hace necesario asumir una actitud de resignación
inteligente: una humildad intelectual que consiste en ceder las posiciones antagónicas.
Las colisiones o conflictos de valores morales no pueden evitarse: libertad vs igualdad, pero pueden
suavizarse. Esta es la idea que estuvo detrás de la fundación de la Organización
Internacional del Trabajo -OIT- en 1919 al final de la primera guerra mundial.
Un ente internacional de naturaleza tripartita -cada país miembro envía un
representante de los trabajadores, de los empleadores y del Estado a la
asamblea general-, que delibera y vota los distintos proyectos de convenio
internacional. Así cuando la OIT expide un convenio, quiere decir que, de
manera democrática, trabajadores, empleadores y Estados, se pusieron de acuerdo
en un punto de vista acerca de la justicia: ejemplo noble de ello es el
convenio número 1 de 1919, sobre las ocho horas de trabajo, o el convenio sobre
la abolición del trabajo forzoso numero 29 de 1930.
La liga de los Comunistas
nacida en 1847, instituyó el conocido lema marxista de “proletarios del mundo uníos”. Pero antes de que esta organización
llevase el referido nombre, se denominó Liga
de los justos -fundada en 1836-, y su lema era uno que no invitaba a la lucha
de clases, a la división antagónica, sino más bien, tenía un claro sentido de
fraternidad a saber: “todos los hombres
son hermanos”. Prefiero,
personalmente este último, pues refleja la idea del compromiso, de la
tolerancia y del diálogo permanente para encontrar la virtud Aristotélica: el
justo punto medio entre el exceso y el defecto.
Isaiah
Berlín, ese pletórico hombre justo, de origen judío, a quien desde su
nacimiento la naturaleza había castigado con una profusa discapacidad -tenía el
brazo izquierdo inmovilizado desde niño- sabía muy bien que la condición humana
no se acercaba a la de los dioses, sino más bien que la realidad del homo sapiens se encuentra perfectamente
representada en la famosa expresión latina “errare
humanun est”[6]: Esto es, la cruda
realidad de la imperfección, la de nuestras ideas y sistemas morales, que va también
inserta en la frase.
Debo
expresar que sobre Berlín en el pasado había leído algunas obras; libros como
el Erizo y la zorra, y Dos conceptos de libertad, habían
causado una gran impresión intelectual en mí. No obstante, hace un día hice un
descubrimiento maravilloso, casualmente, acompañado de una persona maravillosa
-así se deberían hacer los grandes descubrimientos-. Visitando la 13ª
feria del libro en la ciudad de Medellín -una de las pequeñas dichas que
recomiendo permitirse- encontré un corto pero valioso ensayo de Berlín, titulado
La persecución de un ideal. El texto
me pareció una bellísima defensa de la tolerancia, del compromiso democrático
de diálogo con las demás concepciones, un llamado a la sensatez, a la modestia
y a la fraternidad entre los diferentes. Me Permito dejar constancia aquí, de unas
páginas memorables del libro de marras que a mi juicio da cuenta de toda la
idea de la obra:
“Si la
antigua y perenne creencia en la posibilidad de materializar la armonía
definitiva es una falacia y las posiciones de los pensadores a los que he
apelado (Maquiavelo, Vico, Herder, Herzen) son válidas, entonces, si admitimos
que los Grandes Bienes pueden chocar, que algunos de ellos no pueden vivir
juntos, aunque si puedan otros; en suma, que uno no puede tenerlo todo, en la
teoría además de en la práctica; y si la creatividad humana ha de basarse en
una diversidad de elecciones que sean mutuamente excluyentes, entonces, como
preguntaban en tiempos de Cherlishevski y Lenin: “¿Qué hay que hacer?”, ¿Cómo
elegir entre posibilidades? ¿Qué y cuánto ha de sacrificarse a qué? Yo creo que
no hay una respuesta clara. Pero las
Colisiones, aunque no puedan evitarse, se pueden suavizar. Las pretensiones
pueden equilibrarse, se puede llegar a compromisos: en situaciones concretas no
todas las pretensiones tienen igual fuerza, tanta cuantía de libertad y tanta
de igualdad, tanto de aguda condena moral y tanto de comprensión de una determinada
situación humana; tanto de aplicación plena de la ley y tanto de la prerrogativa
de clemencia; tanto de dar de comer a los hambrientos, de vestir al desnudo, curar
al enfermo, cobijar al que no tiene techo. Deben establecerse prioridades,
nunca definitivas y absolutas.
La primera obligación pública
es evitar el sufrimiento extremo. Las revoluciones, las guerras, los asesinatos,
las medidas extremas pueden ser necesarios en situaciones desesperadas. Pero la
historia nos enseña que sus consecuencias pocas veces son las previstas; no hay
ninguna garantía, a veces ni siquiera una probabilidad lo suficientemente
grande, de que estos actos traigan una mejora.
Podemos correr el riesgo de la actuación drástica, en la vida personal o en la política
pública, pero debemos tener en cuenta siempre, no olvidarlo nunca, que podemos
estar equivocados, que la seguridad respecto a los efectos de tales medidas
conduce invariablemente a un sufrimiento evitable de los inocentes. Tenemos que estar dispuestos, por tanto,
a hacer eso que llaman concesiones mutuas: normas, valores, principios, deben
ceder unos ante otros en grados variables en situaciones específicas.
Las soluciones utilitarias son erróneas a veces, pero yo sospecho que son
beneficiosas con mayor frecuencia. Lo preferible es, como norma general,
mantener un equilibrio precario que impida la aparición de situaciones
desesperadas, de alternativas insoportables. Esa es la primera condición para una sociedad decente; una sociedad
por la que podemos luchar siempre, teniendo como guía el ámbito limitado de
nuestros conocimientos, e incluso de nuestra comprensión imperfecta de los
individuos y de las sociedades. Es muy necesaria una cierta humildad en estos
asuntos.” (Subrayas y negrillas fuera de texto).
Como puede observarse, lo que defiende Berlín es el concepto de las soluciones imperfectas: ¿libertad e igualdad? a veces toca lo uno, otras lo otro, pero nunca totalmente uno y la sepultura de lo otro.
Quiero decir que el aparte del texto aludido atrás, me ha provocado un verdadero impacto: antes creía importante abrazar la defensa de las causas perdidas; ahora, pondero necesario adoptar como imperativo en términos Berlinianos: el abrazar la defensa de las soluciones imperfectas.
Quiero decir que el aparte del texto aludido atrás, me ha provocado un verdadero impacto: antes creía importante abrazar la defensa de las causas perdidas; ahora, pondero necesario adoptar como imperativo en términos Berlinianos: el abrazar la defensa de las soluciones imperfectas.
[1]
Aristóteles, en Ética a Nicómaco.
[2] Ver
noticia oficial de la ONU: https://news.un.org/es/story/2019/02/1450741
[3]
Ver noticia oficial UNEP de la ONU: https://www.unenvironment.org/es/noticias-y-reportajes/noticias/el-dano-ambiental-aumenta-en-todo-el-planeta-pero-aun-hay-tiempo
[4]
Sobre los millones de muertos de la revolución cultural China de Mao Zedong: https://elpais.com/internacional/2016/05/15/actualidad/1463313933_937172.html
[5]
Para solo citar una de las barbaries del fascismo de extrema derecha: https://www.eltiempo.com/mundo/europa/historia-del-holocausto-judio-204450
[6]
Errar es de humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario