Por: Juan Felipe Díez Castaño.
En su texto Sobre el fascismo, el filósofo italiano Umberto Eco (1995), señala como, a la edad de 10 años, en 1942, ganó un concurso por haber hecho un discurso donde ensalzaba el deber de los italianos de morir por la gloria de Musolini y el destino inmortal de su pueblo. Esta era la realidad totalitaria del país donde vivía Eco en su niñez. Los fascistas contaminaban desde la primera infancia escolar, la mente de quienes contribuirían en un futuro, a la pervivencia del régimen. Era la manera de construir al hombre fanático que perpetraría toda suerte de atrocidades en nombre de la ideología fascista sin ningún cuestionamiento moral.
En su texto Sobre el fascismo, el filósofo italiano Umberto Eco (1995), señala como, a la edad de 10 años, en 1942, ganó un concurso por haber hecho un discurso donde ensalzaba el deber de los italianos de morir por la gloria de Musolini y el destino inmortal de su pueblo. Esta era la realidad totalitaria del país donde vivía Eco en su niñez. Los fascistas contaminaban desde la primera infancia escolar, la mente de quienes contribuirían en un futuro, a la pervivencia del régimen. Era la manera de construir al hombre fanático que perpetraría toda suerte de atrocidades en nombre de la ideología fascista sin ningún cuestionamiento moral.
Cuando
los aliados derrotaron a las fuerzas fascistas de Italia, cuenta Eco que la
primera imagen que tuvo de los liberadores fue la siguiente:
Uno de los oficiales
(el mayor o capitán Muddy) era huésped en la villa de la familia de dos compañeras
mías del colegio. Me sentía como en casa en aquel jardín donde algunas señoras
hacían corrillo en torno al capitán Muddy, chapurreando el francés. El capitán
Muddy tenía una buena educación superior y sabía un poco de francés. Así pues,
mi primera imagen de los liberadores norteamericanos, después de tantos rostros
pálidos con camisas negras, fue la de un negro culto con uniforme
verdeamarillento que decía:
—Oui, merci beaucoup
Madame. Moi aussi j’aime le champagne...
Por desgracia,
faltaba el champán, pero el capitán Muddy me dio mi primer chicle y empecé a
pasarme el día mascando. Por la noche lo metía en un vaso de agua para
conservarlo hasta el día siguiente. (p. 5).
Sin
duda, la anécdota resulta paradójica pero aleccionadora: Eco no rechazó la
actitud gentil del capitán en razón a su color; por el contrario esta experiencia lo llevó
en su mente a cuestionar todo lo que se le había dicho por el régimen; a pesar
de haberlo intentado, el fascismo y su ideología racista, no pudo derrotar en el
niño la bondad de pensamiento, en la cual no existen las diferencias por motivo
de la piel, la ideología política, el origen nacional o familiar, la posición social
o la preferencia sexual.
Esa bondad
de pensamiento, atrás reflejada, debería ser retomada hoy con imperativa
necesidad, por todas las personas. La defensa de los derechos humanos requiere
derrotar a quienes tratan de erigir las barreras de la discriminación.
Muy acertado, como tan cierto es que, el hombre nace libre y bueno, es la sociedad la que lo encadena con ideologías, fanatismos y prejuicios.
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