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jueves, 3 de mayo de 2018

DIME SI ACUSAS A ALGUIEN POR SU DEFENSA DE LA PAZ Y TE DIRÉ QUIEN ERES





El 28 de junio de 1914 estalló en Europa la primera guerra mundial, Carl Von Ossietzky, entonces no era más que un joven Alemán del común, pero movido por el patriotismo que propalaba en toda la sociedad teutona, se alistó para combatir en el Ejército del Kaiser Guillermo II. Cuando lo hizo, nunca se imaginó que la guerra lo transformaría de un modo inesperado. Luego de ver los horrores de esa conflagración con sus propios ojos, de ver a sus compañeros mutilados, partidos en dos por las ametralladoras y gaseados, hizo una suerte de tránsito del infierno al cielo, si es válida la alegoría. La primera guerra mundial para cuando terminó había dejado más de 10 millones de muertos según los cálculos más conservadores. El Reich Alemán, había movilizado 13,25 millones de soldados, de los cuales más de 2 millones perdieron la vida, lo anterior sin contar otros tantos millones de soldados que quedaron lisiados de por vida, y que, ya terminada la guerra, volvieron a la vida civil, siendo una “carga” económica para sus familias. El estado no hizo nada por ellos. Es un lugar común en la historia que quienes agitan los demonios de la guerra, sean aristócratas o monarcas que, desde sus cómodos estilos de vida, se aprovechan de la falta de luz de que gozan los seres humanos del común, la más de las veces causada por desigualdades estructurales de la sociedad. Como diría Nicolás de Condorcet, revolucionario francés que participó en los acontecimientos de 1789 en ese país: “Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de sus partes, cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas”.

En 1922, Carl Von Ossietzky fundó el movimiento “Nie Wieder Krieg” (Nunca más la Guerra), y a través de distintos diarios defendía el mantenimiento de la paz. Su actividad se intensificó desde 1933, con la llegada de la ultra derecha al poder: Los Nazis. Ossietzky dirigió denuncias contra el acelerado rearme que Hitler estaba realizando, el cual terminó creando la poderosa Wehrmacht, esa máquina de muerte, dantesca e inhumana, que años más tarde bañaría de sangre a toda Europa, y cometería actos de indignidad, que hoy son una vergüenza histórica para la humanidad. Su oposición al régimen militarista de los Nazis, acompañado de su defensa de la paz, algo que no era del agrado de Hitler, que pretendía la guerra, lo llevó a ser encarcelado y recluido en los campos de concentración del régimen, donde adquirió tuberculosis.

Aún vivo, pero preso, en 1936, el comité noruego, le concedió a Ossietzky el premio nobel de la paz, algo que fue observado por Hitler como una ofensa, quien como suele suceder cuando los tiranos son cuestionados, entró en cólera, prohibiéndole al pacifista reclamar ese noble galardón, manteniéndolo encarcelado. Igualmente Hitler prohibió que de ahí en adelante, cualquier ciudadano alemán reclamara un premio nobel. Para el pueblo alemán, la mayoría totalitaria, el pacifista era un traidor, un inmoral que quería entregar su patria al terrorismo internacional representado en las grandes potencias vencedoras de la gran guerra. Ossietzky murió privado de la libertad y en la ignominia el 4 de mayo de 1938, cuando los Nazis estaban aún en la cima de su poder y gozaban de gran aceptación social por parte de los alemanes, quienes veneraban al Führer guerrerista como un gran salvador, no sabiendo que llevaría al país a la destrucción total unos años después, causando la muerte de otros 3 millones soldados alemanes, unos 5 millones de civiles, también alemanes y más de 6 millones de judíos asesinados en campos de concentración. Mañana se cumplen 80 años de la muerte de Carl Von Ossietzky, y los hechos que protagonizó en la primera mitad del siglo XX, deben dejar una reflexión hoy para Colombia, que a cada lector de este texto le debe generar una profunda estupefacción, por la similitud de los sucesos narrados en este artículo, con los acontecimientos que vive hoy el país.



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